Messi vive una pesadilla en una Argentina desnudada por Arabia: "Es un golpe muy duro"
Muchas cosas han cambiado en Lionel Messi. Ya no agacha la cabeza en las tormentas. Tampoco se refugia tanto en sus pensamientos y busca con quien compartirlos, aunque estos sean oscuros. Incluso, tras ganar la Copa América en Maracaná, entendió que él podía ser el gran líder que esperaba esa Argentina cuyos hinchas lucen con orgullo el diez con su nombre. Como si ese pueblo que durante tanto tiempo lo consideró sospechoso hubiera por fin aceptado que llegaba el momento de tomar el testigo emocional de Diego Armando Maradona. Pero cinco minutos de tormento y 85 de impotencia en la vasija de Lusail frente a una Arabia Saudí superior en orden, cuerpo y alma devolvió a Messi a una pesadilla recurrente. Y a Argentina, al recuerdo de todos esos traumas vividos durante los últimos 36 años.
Pasó una hora y media hasta que los futbolistas de la selección argentina se dispusieron a iniciar el via crucis ante el cúmulo de periodistas que buscaban respuestas a lo ocurrido. Una corriente de opinión que venía ensalzando la buenaventura albiceleste por su racha de 36 partidos sin perder. Ocurre sin embargo que el fútbol no admite pronósticos. Menos aun con esa Argentina atrapada en una camisa de fuerza desde las gestas maradonianas del Estadio Azteca. El gesto de los futbolistas de Lionel Scaloni no reflejaba tristeza. Su porte era duro, propio de la incomprensión.
Argentina, que sueña con el éxito definitivo de Messi en su quinto Mundial, que se las prometía felices después de que el rosarino amaneciera en Lusail marcando de penalti, exhibió muchas más carencias de las que se le presuponían. Poco importó que La Pulga marcara su séptimo gol en una Copa del Mundo, igualando así a Cristiano Ronaldo. Los dos centrocampistas que deben sostener el invento, Paredes y De Paul, firmaron un elogio a la incoherencia. Romero, pareja de Otamendi en el centro de la defensa, quedó en evidencia en el 1-1 de Al-Shehri, que corrió tan pancho por la garganta hasta tomar el disparo. Qué decir del 1-2 de Salem Al-Dawsari, al que nadie supo importunar antes de su épico golpeo. Papu Gómez y Di María, ambos de 34 años, imploraron por un ritmo que ya no existe. Mientras que Lautaro tuvo que maldecir su mala pata con los fueras de juego.
El Tata en el horizonte
«No esperábamos arrancar de esta manera. Confiábamos en comenzar bien, en poder ganar, tal y como veníamos hablando antes del partido. Era importante para tener tranquilidad». Messi no quiso esconderse. Atendió a los periodistas en el sótano del estadio. Trató de ejercer de capitán, ofreciendo un discurso de calma que, tratándose de Argentina, sólo puede ser ficticia. La historia acecha. El delantero, eso sí, no pudo dejar a un lado el profundo pesar de una selección que, tras comenzar el Mundial perdiendo, se expone a jugarse la vida frente a la México del Tata Martino, el sábado, y a la Polonia de Robert Lewandowski, el próximo miércoles.
«Sabemos que es un golpe muy duro. Es una derrota que duele». Messi miraba al frente. Antes, en el vestuario, ya había intentado calmar a unos jugadores a los que la responsabilidad de voltear la historia se les vino encima. «Pero tenemos que seguir confiando. Y que la gente también confíe, que este grupo no les dejará tirados», continuó La Pulga, a quien debió venirle a la cabeza lo ocurrido en el Mundial de Rusia, cuando la locura extrema se apoderó de la selección entonces entrenada por Jorge Sampaoli, que acabó sucumbiendo en octavos contra Francia.
«Es un momento para estar unidos. De pasar página. De no pensar más en esto. Aunque sí para que reflexionemos y mejoremos las cosas que hicimos mal. Porque la ansiedad tuvo su peso. Pero el partido también».
Y ese es el gran problema. La mística no gana partidos.
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