Hambre, 2000 años de hambre.
Perdonen si molesta mi opinión, las fibras textiles serán sostenibles pero la gente hambrienta no se sostiene ni a sí misma.
Maíz, leche o café: los alimentos que se utilizan para producir fibras textiles sostenibles
La industria de la moda busca alternativas para producir ropa y otros objetos con el objetivo principal de alejarse del petróleo.
La industria de la moda está buscando alternativas para producir textiles de forma sostenible con el objetivo principal de alejarse del petróleo. La utilización de restos de alimentos como el maíz, cáscaras de coco o café ya se destinan a la producción de polímeros.
Pero aún queda un largo camino por recorrer, e incluso estos nuevos enfoques de producción no siempre representan una alternativa natural.
Los residuos de maíz han demostrado su efectividad en membranas y sustituyen las fibras de poliéster. "Garantizan un buen control de la humedad", explica el periodista especializado Ralf Stefan Beppler. Conducen la humedad como el sudor desde la piel hacia afuera para que se evapore en el exterior de los tejidos.
El papel que elegís para tu regalo es más importante de lo que pensás
El ácido poliláctico (PLA) se obtiene del almidón de maíz. Es un término colectivo para los plásticos biodegradables hechos de ácido láctico. El PLA es similar a la fibra de poliester producida a partir de petróleo crudo, explica Klaus Opwis, del Centro de Investigación Textil Norte-Oeste de Alemania.
La fibra tiene una desventaja que al mismo tiempo también es una ventaja: por un lado puede romperse en ciertas condiciones climáticas, lo que no es deseable en cuanto a la durabilidad de una chaqueta de exterior. Pero en otras condiciones climáticas, las fibras son biodegradables. Por ejemplo, en un compost en el jardín a temperaturas altas, destaca Opwis.
Según Beppler, las cáscaras de coco son una materia prima muy solicitada. Se puede utilizar para producir carbón activo, que entre otros tiene un efecto repelente de olores en la ropa.
Muchas marcas deportivas y de outdoor ya utilizan la tecnología de la empresa estadounidense 37.5. Las fibras del desecho de café también tienen un efecto similar, y la empresa alemana de material de deportes Vaude ya las utiliza.
Vaude aprovecha además la leche que se desecha como alimento para la producción de la tela de fieltro. Las fibras textiles de la empresa QMilk se fabrican con leche de vaca agria o en descomposición. "Una visión genial", destaca el investigador textil Klaus Opwis.
También las tinturas se pueden extraer de restos de alimentos. Por ejemplo, los componentes de la cáscara de nuez, de naranja o remolacha son empleados por varias compañías, por ejemplo los fabricantes de material para exteriores Patagonia y Kathmandu.
Todas estas ideas suenan bien, pero ¿hasta qué punto son sustentables? "Todo lo que realmente se hace con las sobras es fantástico", asegura Viola Wohlgemuth de la organización ecologista Greenpeace.
Decime cómo te ves y te aconsejaré qué helado elegir
La experta destaca que es un paso importante, pero que todavía está en sus inicios. El 70 por ciento de todos los polímeros utilizados se siguen basando en el petróleo, señala.
Asimismo, hay que tener en cuenta algunas consideraciones. Si un alimento se produce en grandes cantidades solo para la producción de ropa, esto también podría ser crítico desde un punto de vista ecológico. Además, el hecho de que se utilicen alimentos en la producción textil no significa automáticamente que las piezas sean biodegradables, añade Wohlgemuth.
Por otra parte, las sustancias orgánicas pueden mezclarse con otros polímeros y esto conlleva a que ya no puedan reciclarse. Los productos naturales son mejores, destaca la ambientalista, al tiempo que enfatiza que es importante pensar en la sustentabilidad hasta el final.
Por Tom Nebe (DPA).
La industria de la moda está buscando alternativas para producir textiles de forma sostenible con el objetivo principal de alejarse del petróleo. La utilización de restos de alimentos como el maíz, cáscaras de coco o café ya se destinan a la producción de polímeros.
Pero aún queda un largo camino por recorrer, e incluso estos nuevos enfoques de producción no siempre representan una alternativa natural.
Los residuos de maíz han demostrado su efectividad en membranas y sustituyen las fibras de poliéster. "Garantizan un buen control de la humedad", explica el periodista especializado Ralf Stefan Beppler. Conducen la humedad como el sudor desde la piel hacia afuera para que se evapore en el exterior de los tejidos.
El papel que elegís para tu regalo es más importante de lo que pensás
El ácido poliláctico (PLA) se obtiene del almidón de maíz. Es un término colectivo para los plásticos biodegradables hechos de ácido láctico. El PLA es similar a la fibra de poliester producida a partir de petróleo crudo, explica Klaus Opwis, del Centro de Investigación Textil Norte-Oeste de Alemania.
La fibra tiene una desventaja que al mismo tiempo también es una ventaja: por un lado puede romperse en ciertas condiciones climáticas, lo que no es deseable en cuanto a la durabilidad de una chaqueta de exterior. Pero en otras condiciones climáticas, las fibras son biodegradables. Por ejemplo, en un compost en el jardín a temperaturas altas, destaca Opwis.
Según Beppler, las cáscaras de coco son una materia prima muy solicitada. Se puede utilizar para producir carbón activo, que entre otros tiene un efecto repelente de olores en la ropa.
Muchas marcas deportivas y de outdoor ya utilizan la tecnología de la empresa estadounidense 37.5. Las fibras del desecho de café también tienen un efecto similar, y la empresa alemana de material de deportes Vaude ya las utiliza.
Vaude aprovecha además la leche que se desecha como alimento para la producción de la tela de fieltro. Las fibras textiles de la empresa QMilk se fabrican con leche de vaca agria o en descomposición. "Una visión genial", destaca el investigador textil Klaus Opwis.
También las tinturas se pueden extraer de restos de alimentos. Por ejemplo, los componentes de la cáscara de nuez, de naranja o remolacha son empleados por varias compañías, por ejemplo los fabricantes de material para exteriores Patagonia y Kathmandu.
Todas estas ideas suenan bien, pero ¿hasta qué punto son sustentables? "Todo lo que realmente se hace con las sobras es fantástico", asegura Viola Wohlgemuth de la organización ecologista Greenpeace.
Decime cómo te ves y te aconsejaré qué helado elegir
La experta destaca que es un paso importante, pero que todavía está en sus inicios. El 70 por ciento de todos los polímeros utilizados se siguen basando en el petróleo, señala.
Asimismo, hay que tener en cuenta algunas consideraciones. Si un alimento se produce en grandes cantidades solo para la producción de ropa, esto también podría ser crítico desde un punto de vista ecológico. Además, el hecho de que se utilicen alimentos en la producción textil no significa automáticamente que las piezas sean biodegradables, añade Wohlgemuth.
Por otra parte, las sustancias orgánicas pueden mezclarse con otros polímeros y esto conlleva a que ya no puedan reciclarse. Los productos naturales son mejores, destaca la ambientalista, al tiempo que enfatiza que es importante pensar en la sustentabilidad hasta el final.
Por Tom Nebe (DPA).
Del frutero al armario: así son las revolucionarias fibras sostenibles que definen la moda que viene
De manzanas a café, de la piña al nopal, la industria reformula la composición natural de prendas y complementos para combatir el exceso de uso de plásticos o componentes contaminantes. Radiografiamos todos los materiales llamados a marcar la tendencia en la búsqueda de la sostenibilidad.
¿De qué está hecha nuestra ropa? Es una de las preguntas que deberíamos intentar responder a la hora de elegir una prenda, porque en esa composición está gran parte de la huella de carbono que produce la moda. Según datos de la Comisión Europea, el 70% de sus emisiones de carbono se generan durante la producción de tejidos, en parte, debido a su dependencia de materias primas y sustancias contaminantes. El poliéster, por ejemplo, gasta al año cerca de 70 millones de barriles de petróleo, mientras que detrás de los tejidos de rayón, viscosa o lyocell hay otros 70 millones de árboles talados. Aunque los datos a simple vista no parecen muy optimistas, la buena noticia es que, precisamente, han sido el germen de una revolución creativa que busca en la innovación y la naturaleza tejidos más respetuosos con el medioambiente.
Desde la firma española Sepiia aseguran que su apuesta por materiales reciclados les ha permitido reducir considerablemente el uso de agua y energía. “Nuestras prendas consumen un 99% menos de agua que una de algodón convencional y son neutras en carbono”, apuntan desde la marca fundada por el ingeniero industrial Fede Sainz. Su propuesta se ha ganado el interés de la industria —y la certificación sostenible B Corp–, gracias a prendas inteligentes, confeccionadas con poliéster reciclado, que no se manchan ni se arrugan. “El poliéster y la poliamida tienen periodos de degradación muy largos que pueden suponer un problema en la industria actual, sin embargo nosotros lo vemos como una ventaja: dado que el poliéster es un material muy duradero, lo más conveniente es aprovecharlo durante toda su vida útil». Así mismo, apuestan por el reciclaje manual frente al químico, que que conlleva un enorme impacto energético y de emisión de gases de efecto invernadero. «Con el mecánico, en lugar de tener que generar material nuevo, mediante un proceso térmico podemos crear nuevos hilos y generar un modelo circular acorde al mercado».
«El 70% de las emisiones de carbono de la industria de la moda se generan durante la producción de tejidos»
Lo cierto es que el poliéster reciclado se ha convertido en una de las alternativas favoritas de la moda en su transformación hacia la circularidad. Según datos de Textile Exchange, una organización sin ánimo de lucro que impulsa el uso de materiales más sostenibles, representa ya el 15% del mercado de fibras: un primer paso para desvincularse de la industria del petróleo y darle una nueva vida a los residuos plásticos y textiles. Ventajas que comparte también con su hermano menor, el nailon® reciclado, que rescata la basura del océano y vertederos –como redes de pesca, alfombras o botellas PET–, para producir un hilo de poliamida, capaz de regenerarse una y otra vez sin perder su calidad.
Los grandes nombres de la moda han tomado posiciones. Firmas como Mango han fijado 2030 como fecha límite para que el 100% de sus materiales sean de origen más sostenible o reciclado. Entre las opciones más populares, marcas como Prada o Gucci han apostado por Econyl, del fabricante italiano Aquafil, elevándolo a la categoría del lujo; mientras que la iniciativa española, Seaqual Yarn, ya forma parte de colecciones de Ecoalf, Kenzo o El Corte Inglés. ¿Qué dificultades deben sortear? La tecnología para producirlos todavía está en desarrollo, lo que encarece el proceso y, el hecho de que la industria acostumbre a mezclarlo con otros tejidos, dificulta bastante el reciclaje. Desde Sepiia insisten en la importancia de crear prendas monomateriales que puedan reciclarse mecánicamente y crear hilos de largos filamentos que minimicen la emisión de microplásticos, su principal reto.
¿De qué está hecha nuestra ropa? Es una de las preguntas que deberíamos intentar responder a la hora de elegir una prenda, porque en esa composición está gran parte de la huella de carbono que produce la moda. Según datos de la Comisión Europea, el 70% de sus emisiones de carbono se generan durante la producción de tejidos, en parte, debido a su dependencia de materias primas y sustancias contaminantes. El poliéster, por ejemplo, gasta al año cerca de 70 millones de barriles de petróleo, mientras que detrás de los tejidos de rayón, viscosa o lyocell hay otros 70 millones de árboles talados. Aunque los datos a simple vista no parecen muy optimistas, la buena noticia es que, precisamente, han sido el germen de una revolución creativa que busca en la innovación y la naturaleza tejidos más respetuosos con el medioambiente.
Desde la firma española Sepiia aseguran que su apuesta por materiales reciclados les ha permitido reducir considerablemente el uso de agua y energía. “Nuestras prendas consumen un 99% menos de agua que una de algodón convencional y son neutras en carbono”, apuntan desde la marca fundada por el ingeniero industrial Fede Sainz. Su propuesta se ha ganado el interés de la industria —y la certificación sostenible B Corp–, gracias a prendas inteligentes, confeccionadas con poliéster reciclado, que no se manchan ni se arrugan. “El poliéster y la poliamida tienen periodos de degradación muy largos que pueden suponer un problema en la industria actual, sin embargo nosotros lo vemos como una ventaja: dado que el poliéster es un material muy duradero, lo más conveniente es aprovecharlo durante toda su vida útil». Así mismo, apuestan por el reciclaje manual frente al químico, que que conlleva un enorme impacto energético y de emisión de gases de efecto invernadero. «Con el mecánico, en lugar de tener que generar material nuevo, mediante un proceso térmico podemos crear nuevos hilos y generar un modelo circular acorde al mercado».
«El 70% de las emisiones de carbono de la industria de la moda se generan durante la producción de tejidos»
Lo cierto es que el poliéster reciclado se ha convertido en una de las alternativas favoritas de la moda en su transformación hacia la circularidad. Según datos de Textile Exchange, una organización sin ánimo de lucro que impulsa el uso de materiales más sostenibles, representa ya el 15% del mercado de fibras: un primer paso para desvincularse de la industria del petróleo y darle una nueva vida a los residuos plásticos y textiles. Ventajas que comparte también con su hermano menor, el nailon® reciclado, que rescata la basura del océano y vertederos –como redes de pesca, alfombras o botellas PET–, para producir un hilo de poliamida, capaz de regenerarse una y otra vez sin perder su calidad.
Los grandes nombres de la moda han tomado posiciones. Firmas como Mango han fijado 2030 como fecha límite para que el 100% de sus materiales sean de origen más sostenible o reciclado. Entre las opciones más populares, marcas como Prada o Gucci han apostado por Econyl, del fabricante italiano Aquafil, elevándolo a la categoría del lujo; mientras que la iniciativa española, Seaqual Yarn, ya forma parte de colecciones de Ecoalf, Kenzo o El Corte Inglés. ¿Qué dificultades deben sortear? La tecnología para producirlos todavía está en desarrollo, lo que encarece el proceso y, el hecho de que la industria acostumbre a mezclarlo con otros tejidos, dificulta bastante el reciclaje. Desde Sepiia insisten en la importancia de crear prendas monomateriales que puedan reciclarse mecánicamente y crear hilos de largos filamentos que minimicen la emisión de microplásticos, su principal reto.
Tejidos naturales para atajar los microplásticos
“Los tejidos sintéticos generan unas microfibras al lavar muy difíciles de filtrar que, en consecuencia, acaban en el ecosistema marino”, señala Regina Polanco, fundadora de Pyratex, apoyándose en datos como los de la fundación Ellen MacArthur que alertan de que el 35% de los microplásticos que acaba en el océano se origina en nuestra lavadora. Este fabricante textil, con sede en Madrid, apuesta por la innovación y la trazabilidad, para promover la sustitución de los sintéticos por fibras naturales, capaces de competir en durabilidad y funcionalidad.
“Los textiles siguen métodos de producción responsables, como la utilización de tintes reactivos que permiten reciclar el agua, sin embargo, queremos ir más allá. Uno de nuestros focos es utilizar fibras provenientes de la agricultura regenerativa, como el abacá o la ortiga, que mejoran la calidad del suelo, la biodiversidad y el impacto social”, explica Polanco que, en apenas ocho años, ha desarrollado y patentado una amplia oferta de tejidos a base de algas, bambú, flores o cáscaras de plátano y cítricos, cuyas propiedades naturales —como ocurre en la cosmética—, proporcionan a las telas funcionalidades antibacterianas, transpirables o de protección solar.
“Los tejidos sintéticos generan unas microfibras al lavar muy difíciles de filtrar que, en consecuencia, acaban en el ecosistema marino”, señala Regina Polanco, fundadora de Pyratex, apoyándose en datos como los de la fundación Ellen MacArthur que alertan de que el 35% de los microplásticos que acaba en el océano se origina en nuestra lavadora. Este fabricante textil, con sede en Madrid, apuesta por la innovación y la trazabilidad, para promover la sustitución de los sintéticos por fibras naturales, capaces de competir en durabilidad y funcionalidad.
“Los textiles siguen métodos de producción responsables, como la utilización de tintes reactivos que permiten reciclar el agua, sin embargo, queremos ir más allá. Uno de nuestros focos es utilizar fibras provenientes de la agricultura regenerativa, como el abacá o la ortiga, que mejoran la calidad del suelo, la biodiversidad y el impacto social”, explica Polanco que, en apenas ocho años, ha desarrollado y patentado una amplia oferta de tejidos a base de algas, bambú, flores o cáscaras de plátano y cítricos, cuyas propiedades naturales —como ocurre en la cosmética—, proporcionan a las telas funcionalidades antibacterianas, transpirables o de protección solar.
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La fundadora de Ananas Anam, Carmen Hijosa, coincide en que un tejido más sostenible debe cumplir tres factores: ambiental, económico y social. La empresaria española fue pionera en lanzar al mercado una de las primeras alternativas vegetales al cuero —advierte que parte del 80% de la deforestación del Amazonas es consecuencia del uso de cuero natural en accesorios, aparte del maltrato animal y el uso de químicos que ponen en riesgo a sus trabajadores—. Su popular tejido, Piñatex, reutiliza los desechos de la producción de piña, proporcionándoles un ingreso extra a los pequeños agricultores de Filipinas con los que trabaja. “De este modo reducimos el problema de la contaminación ocasionada por la práctica común de quemar desechos agrícolas; nos aseguramos de que no haya productos químicos nocivos en el proceso, trabajando muy de cerca con nuestros proveedores y los mantenemos al tanto de las innovaciones tecnológicas para optimizar la producción”. Una acción colaborativa que han seguido marcas como la italiana Vegea, aliándose con bodegas de la región para transformar los residuos de la producción de vino italiano en un tejido de efecto piel; o la empresa taiwanesa S.Café, que recoge los granos de café de pequeñas cafeterías locales, para producir un hilo similar al del algodón con propiedades antibacterianas.
La fundadora de Ananas Anam, Carmen Hijosa, coincide en que un tejido más sostenible debe cumplir tres factores: ambiental, económico y social. La empresaria española fue pionera en lanzar al mercado una de las primeras alternativas vegetales al cuero —advierte que parte del 80% de la deforestación del Amazonas es consecuencia del uso de cuero natural en accesorios, aparte del maltrato animal y el uso de químicos que ponen en riesgo a sus trabajadores—. Su popular tejido, Piñatex, reutiliza los desechos de la producción de piña, proporcionándoles un ingreso extra a los pequeños agricultores de Filipinas con los que trabaja. “De este modo reducimos el problema de la contaminación ocasionada por la práctica común de quemar desechos agrícolas; nos aseguramos de que no haya productos químicos nocivos en el proceso, trabajando muy de cerca con nuestros proveedores y los mantenemos al tanto de las innovaciones tecnológicas para optimizar la producción”. Una acción colaborativa que han seguido marcas como la italiana Vegea, aliándose con bodegas de la región para transformar los residuos de la producción de vino italiano en un tejido de efecto piel; o la empresa taiwanesa S.Café, que recoge los granos de café de pequeñas cafeterías locales, para producir un hilo similar al del algodón con propiedades antibacterianas.
El auge de las fibras celulósicas certificadas
En la batalla frente a los sintéticos, las etiquetas de las grandes cadenas se han ido llenando también de fibras con nombre propio: Tencel, EcoVero, Naia RW… A pesar de su nomenclatura de evocación tecnológica, son tejidos de origen natural y biodegradables, procedentes de la pulpa de eucalipto. En otras palabras, son las telas de viscosa o rayón que la industria ha utilizado siempre, sin el cargo de conciencia de estar contribuyendo a la deforestación de Indonesia o Amazonas. Desde el Consejo de Administración Forestal, la organización mundial sin ánimo de lucro dedicada a promover la gestión forestal responsable y sostenible, advierten que la demanda ha aumentado en los últimos años —actualmente representan el 7% del mercado—, e insisten en la importancia de buscar certificaciones FSC (que confirman que el bosque del que provienen se está gestionado de manera que preserva la biodiversidad) para estar seguros de que han sido obtenidos de forma responsable.
El grupo austríaco Lenzing AG es uno de los principales productores de estas fibras celulósicas certificadas. Sus tejidos de lyocell y modal Tencel —con propiedades parecidas al algodón—, se hacen con madera de eucalipto procedente de bosques certificados PEFC, que no requieren agua, pesticidas o fertilizantes; mediante un proceso de circuito cerrado que reutiliza, una y otra vez, los productos químicos empleados. También está detrás de la viscosa EcoVero, obtenida de bosques próximos a la fábrica, y una de las favoritas de las firmas por su tacto sedoso y su gran durabilidad. Por otro lado, firmas como Patagonia han empezado a colaborar con el fabricante estadounidense Eastman, para incorporar a sus colecciones su fibra más sostenible: Naia Renew, un acetato de celulosa hecho con un 60% de materiales reciclados. Toda esta redefinición de las materias primas se ha convertido en la punta de lanza de una evolución en la moda que apunta a un futuro de convivencia más responsable con la naturaleza.
En la batalla frente a los sintéticos, las etiquetas de las grandes cadenas se han ido llenando también de fibras con nombre propio: Tencel, EcoVero, Naia RW… A pesar de su nomenclatura de evocación tecnológica, son tejidos de origen natural y biodegradables, procedentes de la pulpa de eucalipto. En otras palabras, son las telas de viscosa o rayón que la industria ha utilizado siempre, sin el cargo de conciencia de estar contribuyendo a la deforestación de Indonesia o Amazonas. Desde el Consejo de Administración Forestal, la organización mundial sin ánimo de lucro dedicada a promover la gestión forestal responsable y sostenible, advierten que la demanda ha aumentado en los últimos años —actualmente representan el 7% del mercado—, e insisten en la importancia de buscar certificaciones FSC (que confirman que el bosque del que provienen se está gestionado de manera que preserva la biodiversidad) para estar seguros de que han sido obtenidos de forma responsable.
El grupo austríaco Lenzing AG es uno de los principales productores de estas fibras celulósicas certificadas. Sus tejidos de lyocell y modal Tencel —con propiedades parecidas al algodón—, se hacen con madera de eucalipto procedente de bosques certificados PEFC, que no requieren agua, pesticidas o fertilizantes; mediante un proceso de circuito cerrado que reutiliza, una y otra vez, los productos químicos empleados. También está detrás de la viscosa EcoVero, obtenida de bosques próximos a la fábrica, y una de las favoritas de las firmas por su tacto sedoso y su gran durabilidad. Por otro lado, firmas como Patagonia han empezado a colaborar con el fabricante estadounidense Eastman, para incorporar a sus colecciones su fibra más sostenible: Naia Renew, un acetato de celulosa hecho con un 60% de materiales reciclados. Toda esta redefinición de las materias primas se ha convertido en la punta de lanza de una evolución en la moda que apunta a un futuro de convivencia más responsable con la naturaleza.