Un honor amargo; 1924 fue el año de las Cruces Laureadas de San Fernando. Inmersa hasta la ingle en la reconquista colonial, España repartió cuarenta de estas condecoraciones, las más preciadas a nivel militar. Muchas, a caídos en combate contra los rifeños; otras tantas, las que menos, a soldados que demostraron albergar tanta valentía como fortuna para no morir en acciones heroicas y desesperadas. En este último grupo habría que enmarcar a Manuel Blanco Pardal, un cabo del Ejército que, durante cuarenta jornadas, resistió junto a sus compañeros la acometida de decenas de enemigos en el ‘blocao’ –puesto defensivo–Abada Alto, allá por Xauen, en Marruecos.
Pero vayamos por partes. La historia de la defensa de Abada Alto está ligada de forma irremediable a Blanco.
Y lo cierto es que la información sobre este personaje escasea. El militar e historiador José Luis Isabel Sánchez afirma en un dossier sobre este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia que fue alumbrado en Valga, Pontevedra, el 9 de marzo de 1900. Fue a los veintiún añitos cuando empezó a cumplir el servicio militar en el Batallón de Cazadores de Madrid. Y fue en esta unidad con la que, allá por enero de 1921, se trasladó a Tetuán.
Malos días para viajar hasta el norte de África, pues seis meses después los rifeños atacaron el campamento de Annual y provocaron una de las mayores debacles militares al acabar con la vida –tanto en el asalto como en la posterior retirada– de 10.000 de soldados rojigualdos. Desconocemos dónde diantre se hallaba el bueno de Blanco cuándo el líder local Abd el-Krim abrió de par en par las puertas del averno, pero parece que no estaba ni en el acuartelamiento, ni en las inmediaciones.
Lo que ofrece su hoja de servicios son los ascensos que atesoró Blanco. El primero se sucedió, precisamente, en agosto, cuando pasó a ser cabo. Y esos galones lució en la guerrera durante dos años más. La siguiente noticia que se tiene de él es su paso por el sector de Xauen, ubicado en las montañas del Rif, en la zona noroeste de Marruecos. Nada fuera de lo normal, más allá de la tensión que se vivía en la zona con las kábilas –tribus– locales. El militar andaba guarnecido en una sección compuesta por un alférez, un cabo de Ingenieros y veinte soldados del Batallón de Cazadores de Madrid.
El 7 de septiembre, bajo un calor de justicia, se desató el desastre. Fue en mitad de una de las aguadas, las salidas habituales a los pozos cercanos para nutrir los campamentos del preciado líquido elemento, y mientras estaban acantonados en el ‘blocao’ de Abada Alto. ABC narró de forma pormenorizada aquellas horas un año después, cuando se cerró el juicio contradictorio para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a Blanco:
«Salió el cabo con seis individuos al servicio de la aguada, siendo agredido por el enemigo». Todo fue muy rápido; una emboscada de libro que acabó a tiros de fusil y, en palabras del diario, con «cuatro muertos y un herido».
Los españoles se retiraron al instante al ‘blocao’. Abada Alto se convirtió en su Álamo particular. «Desde ese día empezó el asedio de la posición, sin que el enemigo les dejase punto de reposo», confirmaba ABC. Las jornadas iniciales fueron las peores a nivel moral. No ya por la falta de vituallas, eso vendría después, sino porque los defensores entendieron que no iban a recibir ayuda. «Los enemigos construyeron una trinchera alrededor del ‘blocao’, haciendo ineficaces los esfuerzos que, para auxiliares, se intentaron varias veces», insistía el diario.
El problema no era ya que no arribasen refuerzos, que también, sino que lo que lanzaban desde los cielos los aeroplanos –agua, comida, munición...– era capturado por el enemigo. De esta guisa lo narraba ABC: «Todo lo que arrojaron se quedó fuera de la posición, y los sitiados no pudieron recoger nada de lo arrojado porque los sitiadores, bien parapetados, hacían nutridísimo fuego en cuanto alguno de aquellos asomaba al exterior». Cuando los días se hicieron semanas, y el líquido elemento empezó a escasear, llegaron los desmayos, los desfallecimientos, las enfermedades, la desesperanza y, al final, las muertes de siete soldados.
«Desde el día 16 de octubre, en que se terminó la existencia de agua, hubo necesidad de beber orines y sufrir toda clase de privaciones», añadía ABC. Pero en esos momentos de desesperación hubo un sujeto que actuó como un faro que guió al resto de militares españoles. «El cabo Blanco continuó en todo momento prestando relevantes servicios, alentando a la tropa, demostrando poseer extraordinarias virtudes militares y cumplimentando con el mayor celo cuántas órdenes recibía de su jefe para la defensa de la posición», añadía este diario. El artículo confirmó incluso que el militar había contribuido a rubricar «una de las páginas más heroicas de la historia de nuestro ejército en Marruecos».
En total, el infierno se extendió un total de cuarenta días –otras fuentes afirman que el número ascendió al medio centenar– en los que, a pesar de perder a dos terceras partes de los hombres, la defensa no se resquebrajó. Lo más llamativo, y que no solía ocurrir, todo hay que decirlo, es que la posición fue evacuada de forma satisfactoria el 25 de octubre; los refuerzos españoles rompieron el cerco, expulsaron a los rifeños y rescataron a los escasos supervivientes que había en el ‘blocao’ de Abada Alto.
La historia acabó bien incluso para nuestro cabo. Blanco sobrevivió, que ya es, y recibió mil y un premios. Le fue concedida la Medalla Militar Individual y la Cruz Laureada de San Fernando. A la postre se le permitió trasladarse al Cuerpo de Carabineros, del que se licenció en 1933. Murió como Guardia Civil y sabedor de que había protagonizado una hazaña que no pasaría por alto en España.
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