El documental 'Obit' desvela los secretos de la sección de necrológicas de 'The New York Times'.
La
cabecera decidió hace una semanas saldar cuentas con una quincena de
escritoras, activistas, matemáticas y fotógrafas como Charlotte Brontë,
Sylvia Plath o Diane Arbus, que fueron ignoradas al fallecer y no
tuvieron obituario en su día
Décadas después, el periódico repara su olvido con un gesto que invita a la reflexión. Sólo el 15% de obituarios son de mujeres.
Ninguna de estas tres mujeres vio publicado un obituario en el que se glosara su vida tras fallecer, aunque su obra fue trascendente. Todas cambiaron el mundo que las rodeaba. Tampoco merecieron semejante honor Sylvia Plath o Ada Lovelace, considerada como la primera programadora de la historia.
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Suplemento especial con 15 obituarios olvidados
La lista de mujeres ignoradas por la historia (si aceptamos que pasar a la historia empieza por aparecer en la sección de obituarios) es larga y sonrojante, y el mes pasado The New York Times decidió poner algo de remedio publicando un suplemento especial con 15 obituarios de mujeres silenciadas en su día por la cabecera neoyorquina.Con motivo del Women's History Month, el diario ha hecho números y se ha dado cuenta de que no sólo se trata de un agravio de tiempos pretéritos: en los últimos dos años, sólo una quinta parte de los obituarios publicados eran de mujeres. A lo largo de los 167 años de historia del periódico, ese porcentaje se reduce al 15%. El resto de piezas es, de forma abrumadora, de hombres blancos. Y hasta hace no demasiado, todavía se publicaban formalismos machistas. Un ejemplo: en 1953, cuando Frida Kahlo murió, el titular de la noticia se refirió a ella como «la mujer de Diego Rivera».
El gesto pretende dar visibilidad a aquellas mujeres silenciadas por los tiempos que les tocó vivir. Y también es una muestra de que, paradójicamente, el apartado de necrológicas puede llegar a ser una de las secciones más vivas de un periódico si ésta se lidera con criterio y entusiasmo. Una buena prueba de ello es el documental Obit de Vanessa Gould, estrenado hace dos años. Allí descubrimos que, pese a lo macabro que parece, a priori, llegar al trabajo cada día y preguntar '¿quién se ha muerto hoy?', los redactores de necrológicas (por lo menos los del New York Times) disfrutan y valoran su trabajo. ¿Por qué? Pues porque, en realidad, esos textos no hablan de muerte, sino de todo lo contrario: de vidas intensas y fuera de lo normal, de personas que hicieron cosas extraordinarias.
Obituarios, 'la Siberia de las redacciones'
Obit muestra las interioridades de una sección que hasta hace unos años era considerada como «la Siberia de las redacciones», a donde se enviaban los redactores díscolos o los que no se podía despedir. Hoy ya no es así. A veces, incluso lo contrario. En el documental se presenta al autor del obituario de Michael Jackson como un héroe que sólo tuvo tres horas para redactarlo, antes de que el cierre se le echara encima. Aquel 25 de junio de 2009 también falleció Farrah Fawcett, y aunque su obituario llevaba tiempo escrito porque estaba enferma (hay, por cierto, más de 1.700 adelantos), Jackson se comió casi todo el espacio en detrimento de la pobre Fawcett.El documental también alberga momentos emocionantes, como cuando uno de los redactores, el muy carismático Bruce Weber -alguien tan apasionado y meticuloso que antes de escribir el obituario sobre el primer asesor televisivo de Richard Nixon se prepara viendo los cuatro debates televisivos en los que se enfrentaron John F. Kennedy y Nixon, de cabo a rabo-, recuerda aquel domingo en el que estaba de guardia y llegó la noticia de que David Foster Wallace había fallecido. Las causas no habían trascendido, pero el autor de La broma infinita sólo tenía 46 años, no había noticia de ninguna enfermedad y Weber, que era lector suyo, intuía que vivir en la cabeza de Foster Wallace no debía de ser nada fácil. ¿Qué hizo? Buscar en el listín telefónico de la ciudad de Champaign, Illinois, donde el escritor había nacido, y llamar a todos los Wallace que aparecían en él. No tardó en encontrar a los padres del autor, que no tuvieron inconveniente en relatarle el rosario de depresiones que había sufrido su hijo y le confirmaron la triste causa de su muerte: el suicidio.
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